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Asco infinito

A veces hay que sacar la podredumbre de dentro. No quieres opiniones, no quieres consejos. A veces sólo con que te escuchen, es suficiente.

En este mundo de mierda, los humanos nos revolcamos en nuestra propia mierda. Algunos lo hacen con verdadera alegría y sumisión. No es fácil ser humano. Tenemos un superpoder y no podemos controlarlo. De hecho, ni siquiera sabemos que lo tenemos: nuestra mente. Es como darle una pistola a un niño.

Me produce infinito asco la forma en la que nos tratamos. Quizá porque sé que tenemos la capacidad de tratarnos bien los unos a los otros. Pero no lo hacemos. Porque no queremos. Ese es el último motivo verdadero. Se puede alegar incapacidad, ego, circunstancias… pero no lo hacemos. Y eso es lo que queda.

Producimos mucho más dolor que alegría en los demás. Y nos ensañamos con aquellos que son especialmente resistentes a las adversidades y que enmedio de los pensamientos en espiral, son capaces de dormir unas horas solamente para poder seguir soportando. Y no nos damos cuenta de que en nuestro particular universo, somos únicos y perfectos. En el mío, en el tuyo, y en el tuyo también. Y que hay necesidades que gritan por ser cubiertas. O al menos, aliviadas para que no crezcan y nos desgarren por dentro. Y si eso ocurre, muchos proyectarán frustaciones en la herida con tal de no quedarse con ellas. Aunque estés roto. Y ya no seas más humano sino una cáscara vacía y reseca.

Mostrar las emociones siempre ha sido un signo de debilidad a ojos de la sociedad, que siempre ha procurado premiar cada personalidad facetada con todos los grados de dureza (de inhumanidad). Dí cómo te sientes y te pintarás una diana en la cabeza. Y no dudes de que practicarán contigo. Quizá por el miedo a recibir disparos en la suya propia.

Si queréis, hablamos de hipocresía. Hablemos de ser maestros cuando ni siquiera hemos asistido a clase. Gastemos palabras sin saber que son la expresión de un pensamiento, que es al fin y al cabo lo que transmitimos al otro. Evitemos temas importantes y duros. Vamos a parapetarnos tras un muro de hormigón y exijamos el respeto de nuestro espacio. Al final seremos carne entubada en cemento, mirando el mundo a través de un espejo negro. Sin peligro pero sin goce.

No somos una red. No queremos ver nuestra conexión. Por eso no importa negar un poco de cariño o una palabra amable. Lo malo es que somos esto… una red, una comunidad, un engranaje perfecto… con las piezas defectuosas.

Y lo peor de todo, es que no podemos ver que para controlarnos nos han torturado con mantras perversos, anestésicos. Y los repetimos una y otra vez sin ser muy conscientes de qué estamos hablando. De por qué hay que reprimir nuestra naturaleza, nuestras emociones, nuestras necesidades inmateriales.

Asco infinito por todas esas frases que te animan a ser un completo imbécil narcisista. Asco infinito por todo aquel que te echa su mierda encima porque no puede digerir más. Asco infinito por el dolor gratuito que produce la incomprensión, que sólo encuentra palabras amargas ante la desesperación porque desaparezca. Asco infinito porque cuando nuestro cuerpo muera, no quedará redimido. Asco infinito por quien ignora una llamada de auxilio. Asco infinito por el «yo más». Por los errores que te señalarán como objetivo y por las palabras que te perseguirán sin piedad. Asco infinito porque hay que ser perfectos en un mundo que no puede soñar ni siquiera lo que es la perfección.

Mucho asco. Infinito.