La ducha

Dicen que las personas no cambian. Al volver a casa con el día terminado, me he dado una larga ducha templada. Ya hace calor y aguantar el tipo durante todo el día, es algo que hace que desees liberarte de los efluvios de la ciudad. Mientras me quedaba bajo el chorro de agua sin moverme, ese pensamiento ha venido a mi mente él sólo. Y me he puesto a discutir conmigo mismo. Mi cerebro tiene la mala costumbre de no darme un segundo de paz y de llegar a conclusiones basadas en los hechos acontecidos en variables espacios de tiempo.

Las personas cambian. Sólo si quieren cambiar, claro. Pero hasta el hecho de que esa voluntad sea premisa indispensable, ya da una idea de que no todo el mundo está dispuesto a hacer el esfuerzo. Por principios, por pereza, por ego… los motivos son variados.

Yo he cambiado. He cambiado y mi motivo era la supervivencia. Y no echo de menos a mi antiguo yo, tan perdido y a merced de sus semejantes. Como decía Hesse, la soledad es fría pero tranquila. Aunque todos los consejos han funcionado, sigue habiendo en mí un sentimiento de pérdida, un hueco en el pecho que me asalta en los momentos más inesperados. Y está ahí porque nunca se resolverá. Porque sabe que nunca será llenado. Es una vieja cicatriz que me acompañará siempre y que molestará un poco en los cambios de tiempo.

He tenido que volverme monje hasta cuando estoy follando. Y eso me entristece. Pero he aprendido a recuperarme. Mientras intento respirar un poco de amor sobre el cuerpo de mi pareja, siento el muro invisible que nos separará siempre. El estómago se adapta a la cantidad de comida que recibe. El corazón que se ha ensanchado, nunca tiene bastante y exige sin parar. Al final lo único que puedes hacer es no escucharlo para no ser un ser implorante. Eso no suele gustar.

Así que sí… las personas cambian. Cambian o mueren.

Lo que llevo aprendido

Mi abuela paterna me enseñó a hacer pompones de lana y que hay distintas formas de ver las cosas. También me enseñó a atarme los zapatos y a llevarlos limpios. E ir siempre peinada. Y a dar besos y abrazos.

Mi padre me enseñó que nunca seré más fuerte que un pallet de cajas de tomates. Pero que soy mucho más valiosa. También me enseñó que hay cosas que las aprendes tarde, pero las aprendes.

Y mi hijo me enseña a ser la persona que él cree que soy.

Aprendí por mi cuenta que no todo aquel que lleva tu sangre quiere lo mejor para ti. Y que gente que te encuentras por el camino, sí lo quiere. Y así es como nacen los amigos.

Aprendí que el amor es la única cosa que aumenta cuando se reparte, que es gratis y que viene con un kit de alas y raíces. También aprendí que si no te lo enseñan primero, no sabes reconocerlo.

Aprendí a mirar dentro de la gente y a reconocer a los que parecen buenos y son malos y a los que parecen malos y son muy buenos. Aprendí a reconocer a los gilipollas. Que son una raza aparte.

Aprendí a decir que no, que tampoco me habían enseñado. Y también a decir que sí, pero a lo que yo quiero. Y el valor del compromiso, que es mucho.

Aprendí a dejar de hacerle caso al miedo. Que no se va nunca, pero ya sé hacer que al menos se calle.

Y a tomar las cosas con humor y con calma. Y a enfadarme menos y a mimarme cuando estoy triste. Y a callar. No sabía que era importante callar algunas cosas, que pesan a veces un poco, pero eso ayuda a que cada vez sean más livianas, porque te obligas a evaluarlas bien.

Aprendí a vivir en el momento presente. Y a no darle más vueltas a las cosas malas del pasado. A esperar lo mejor y solucionar lo que va saliendo.

Aprendí que las vacaciones son un estado mental. Y que el descanso más reparador consiste en no hacer nada, sólo ser humana.

Aprendí a despedirme de gente que no era buena para mí. Y también que en todo lo malo hay algo bueno y al revés.

Aprendí que nunca voy a parar de aprender, porque el mundo es muy grande y hay mucha gente. Y en cada persona (animal y planta…) hay un universo que se entrecruza con los universos de los demás. Y que eso genera cosas, situaciones, circunstancias, planes, ilusiones, decepciones, alegrías y dolores. Y que eso no para nunca. Que nunca lo voy a aprender todo pero sí un buen montón. Aprendí que la vida es eso. Y que es un milagro que conozcamos a las personas que conocemos.

De mi abuelo aprendí que aprender mola. Desde las partes del ojo humano hasta las notas musicales. Aprendí que las ganas de aprender no se van por muy viejo que seas y por muy estropeada que tengas la vista. Que no cuenta lo que aprendes sino la forma tan bonita que va cogiendo tu cerebro con cada cosa nueva.

Aprendí que aprender cuesta. Y que es lo que hemos venido a hacer aquí.

Todo eso es lo que llevo aprendido. Lo de ponerlo en práctica, ya es otra cosa… estamos en ello.

De momento.