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Acerca del fracaso

Acabo de ver dos películas escogidas al azar, que al final acaban tratando del mismo tema: Qué es el fracaso. Y la moraleja final de: no te rindas.

Después me sirvo un café, abro internet y leo un artículo (que surge por azar), que trata sobre una influencer con millones de seguidores (o miles, no sé. A ojo calculo muy mal), que no ha podido vender treinta y seis camisetas para comenzar a lanzar su marca de moda. Y público tenía. Pero no con ganas de gastar dinero. Y la muchacha lo primero que hace, es asombrarse de que entre tanto seguidor, no hubiera apenas treinta y seis dispuestos a creer en su idea. Y por supuesto, a la par, emite un mensaje de «no me voy a rendir». Bien por ella, supongo. Es su sueño. Ella tiene derecho a perseguirlo.

El fracaso nos acecha por todos lados… relaciones, trabajos, proyectos, estudios, familia…  Soy de la opinión que un fracaso es insistir en lo que ya no funciona. Vale el lamento, por supuesto. Hay que pasar el duelo de todas las ilusiones y esfuerzos que se van por el váter. ¿Mensaje optimista al final?. Bueno… si, claro. ¡Qué remedio! ¿acaso tenemos otra opción que seguir adelante?. No. Eso condiciona la calidad del mensaje optimista.

En cualquier caso, lo único que recomendaría encarecidamente, es que una vez superado, nos dejemos sorprender por la vida y hagamos frente a lo que se nos ponga por delante. La otra opción es no estar vivos. Y eso, es un fracaso con f mayúscula.

Si algún día nos decidimos a escribir una autobiografía, algo habrá que vivir para contarlo luego ¿no?. Ese, puede ser un buen motivo.

Emprende, que algo queda. Aunque sean deudas.

Os juro que en estos momentos, estoy al borde de un ataque de ansiedad. Físico, nada de tonterías. Esos síntomas que tienes y que son inconfundibles para todo aquel que ha tenido la desgracia de sufrirlos alguna vez en su vida: palpitaciones, ahogo, agarrotamiento de los músculos pectorales, bíceps y las piernas completas. Con el extra del consabido encogimiento estomacal que presiona en el diafragma y dificulta la respiración.

Tranquilos, se me pasará. Para eso me he puesto a escribir, que me relaja.

Hace unos pocos meses, tuve que elegir el ponerle ganas a un curso de formación reglada (espero que aún no esté todo perdido, sigh!) o embarcarme en un curso del SEPE para desempleados. Como las cosas son como son, si quería conservar mi mísera prestación por desempleo, tuve que elegir muerte. Así que ahora estoy ocupando mis tardes durante seis horas en algunas asignaturas de un módulo de grado medio, (ni siquiera es completo, tengo que cursar las restantes si quiero tener la titulación completa, más el segundo año para tener el grado superior, cosa imposible puesto que la prestación, tanto no dura y ya sabemos todos cómo está el patio con el tema del curro y además, compatibilizarlo).

Bien. La cosa no empezó mal. Flojo a mi entender. Todos los que estamos allí, damos para bastante más. Pero bueno, si me dan el título y la oportunidad de hacer algunas prácticas, también me dan la oportunidad de engañar a algún empresario con las prácticas para que me contrate. A ver, engañar no, que voy con intención de trabajar, no de tocármela a dos manos.

Pero cada día estoy más decepcionada… el machaque de emprender.

No paran. Es un bombardeo constante. Todas y cada una de las clases que recibo, están orientadas para que nos montemos ALGO. Lo que sea. Que saquemos la inventiva de donde sea. Tengo al menos cuatro asignaturas sobre nueve, en las cuales, el objetivo es montar una empresa. Así, de la nada. Tengo un proyecto a medias con otros tres compañeros, que es montar un office center. Eso, en román paladín, es una actividad en la cual, un arrendatario, alquila locales a profesionales para que desarrollen su actividad. ¿Qué cojones sé yo de eso? Mi carrera profesional ha sido en la atención al cliente… atender correctamente a clientes, para que se vayan satisfechos con el producto/servicio contratado. ¿Es que me están diciendo que todas las horas y todos mis esfuerzos no han servido para nada? ¿Todo lo aprendido y todo lo logrado no ha sido más que un favor que me han hecho? ¿El representar a una empresa, ser la cara que el que paga ve, ser la primera que se come el marrón, no tiene valor ninguno?

Somos un grupo triste en mi clase… gente con mucho potencial, sin un puto duro por estar en el paro, habiendo trabajado siempre por cuenta ajena, ahora de repente recibimos el mensaje (por todas partes), de que todo debemos olvidarlo y convertirnos en empresarios de éxito, porque el fracaso ni se contempla…

He sido testigo en el pasado, del hundimiento de una microempresa que hipotecó a mi familia durante muchos años, que puso en peligro hasta la vivienda familiar, que me obligó a dejar mis estudios universitarios tanto por falta de dinero como por unas condiciones ambientales fatales, que han traído la consecuencia de que yo ahora mismo, a mis años, me encuentre en esta situación. Si, pudo haberse evitado, claro que se pudo evitar. Pese a mi juventud, pude ver perfectamente dónde estaban los fallos. Y el colofón, cómo no, lo trajo un imprevisto. Ale, a la ruina de cabeza. Y aún pudo haber sido mucho peor.

Tras esta experiencia ¿a quién le quedan ganas de emprender? A mí, ningunas.

De hecho, hace unos días, una amiga puso en palabras el sueño de mi vida: montar un negocio que siempre habría querido tener. Y el fantasma volvió con fuerza. Un miedo paralizante.

He estado informándome, buscando ayudas, enterándome de trámites a realizar, estudiando las formas de comenzar con un mínimo de seguridad. No hay garantías. Ni financiación. No hay más que impuestos, tasas, gastos y ninguna garantía. Encima es un sector en el cual se necesitan muchos contactos y experiencia previa. Y yo, apenas salgo de mi casa, puesto que mi vida familiar es, por decirlo de forma precisa y resumida, altamente exigente. Somos una red escasa en la cual debemos dirigir nuestros esfuerzos y nuestro tiempo a cuidar a nuestros seres más débiles que aún no se valen por sí mismos.

¿Hay mayor crueldad que eso?

Sinceramente, tengo ganas de soltar todo esto. De soltarlo en público. De desmitificar el hecho de que no somos lo que el gobierno quiere que seamos. De que las cosas no pueden cambiar tan rápido, de que no hay mercado para todos. De que no por no poder ser emprendedores, somos inútiles. Estoy harta de que me insulten y de que subrepticiamente me llamen vaga por no arriesgar lo que no tengo y lo que podría tener en un futuro (hacienda y seguridad social cobran ahora o a futuro, pero cobran. Vaya si lo sé…).

Yo quiero un puesto de trabajo en el cual me remuneren dignamente. No quiero regalos. Cambio sueldo por fuerza de trabajo. No por quimeras.

Expedición al infierno. Últimas palabras.

 

 

Si estás leyendo esto, estoy muerta.

 

 

 

No físicamente. Aquí un humano no puede morir, porque no se existe de la misma forma en el infierno que en la troposfera. Y yo pertenezco a la esta última. Pero no sientas alivio, no. No trates de darle más importancia al hecho de que mi organismo siga funcionando, que a que interiormente esté muerta. Incluso me irritaría un poco si pudiera sentir algo, que puedas llegar a hacerlo. Me gustaría que sintieras por esto más angustia que si ahora descansara bajo tierra. Pero si interiormente he llegado a morir, ha sido porque no he conseguido que os angustiárais ni os alegrárais por mí.

Podía fracasar. Eso lo sabía al venir aquí. Y ha ocurrido. Todavía no sé porqué, pero así es.

He cogido mi lista de reglas y las he repasado una vez más, tratando de hallar la respuesta. Voy a ciegas, puesto que las reglas las puse yo, y tal vez el fallo no esté ahí. Pero no tengo otra cosa a la que agarrarme para encontrar una explicación.

1- Nunca fuí quien quise ser. Siempre acabé siendo quien quisieron los de mi alrededor. Y me he dado cuenta demasiado tarde.

2- Siempre respondí. Pero nunca fuí respondida. Lo único que conseguí fue quedar fuera de la competición. A base de desvelarme a ojos ajenos, perdí interés al no suponer ya un reto y continuar ignorante de quienes me rodeaban.

3- Me perdí en la realidad y la verdad nunca se me mostró. La mayor parte queda oculta para mí. Porque nunca fui respondida.

4- Todavía no he reído. Pero sí he llorado mucho.

5- Todavía no he dejado de sentir soledad.

6- Todos los días he perdido una ilusión y no he pedido ningún deseo.

7- Ningún ser aceptó mi ayuda.

8- Llegué aquí sin armas.

9- No hubo otra cosa más que silencio. Si acaso pude oír algún lamento.

10- He aprendido que el infierno es inabarcable.

Tal vez alguien tenga más suerte que yo, y consiga no desistir. Tal vez alguien logre cruzar su infierno. En mi defensa diré que no soy más que un ser humano, y que a pesar de todo, me reconozco haber tenido valor para intentarlo. Traté de superarme y de tener valor, pero no pude enfrentarme a tantos obstáculos sin tener una mínima esperanza a la que agarrarme.

No te preocupes. Me verás en el supermercado, en el autobús, en la rutina. Si tenemos confianza, me verás tomar café. Incluso comer algo. Tal vez te cruces conmigo a la salida del cine, o coincidamos por la calle. Y no sabrás que por dentro, estoy muerta. Mientras juguemos juntos al juego social, nos tratemos con cortés indiferencia, comentemos con naturalidad las circunstancias que nos rodean y no llamemos la atención, todo estará bien. Si yo bajo de nivel social, cruzarás de acera para evitar la incomodidad de tener que saludarme y compadecerme. Si enfermo, lo comentarás con otras piezas del juego con afectación pasajera. No importa, ya no siento nada, estoy muerta. Me verás con un pañuelo nuevo al cuello y lo halagarás, sin saber que me ahorqué con la línea roja. Me verás comprando cortinas y alabarás mi gusto, sin saber que un bloque se desprendió del techo de la habitación gris y me aplastó. Me verás junto a otra persona y pensarás que he rehecho mi vida, sin saber que le ví partir para siempre sentada en el sofá rojo.  Me verás andar con paso firme sin saber que al final mis dedos no aguantaron y caí, retorcida y rota al río…

Ah… pero aún me queda algo de prepotencia, aún me mueve algo de odio dentro de mi ceguera… yo estoy muerta. Pero lo cierto, es que no sé si tú lo estás también…