Os juro que en estos momentos, estoy al borde de un ataque de ansiedad. Físico, nada de tonterías. Esos síntomas que tienes y que son inconfundibles para todo aquel que ha tenido la desgracia de sufrirlos alguna vez en su vida: palpitaciones, ahogo, agarrotamiento de los músculos pectorales, bíceps y las piernas completas. Con el extra del consabido encogimiento estomacal que presiona en el diafragma y dificulta la respiración.
Tranquilos, se me pasará. Para eso me he puesto a escribir, que me relaja.
Hace unos pocos meses, tuve que elegir el ponerle ganas a un curso de formación reglada (espero que aún no esté todo perdido, sigh!) o embarcarme en un curso del SEPE para desempleados. Como las cosas son como son, si quería conservar mi mísera prestación por desempleo, tuve que elegir muerte. Así que ahora estoy ocupando mis tardes durante seis horas en algunas asignaturas de un módulo de grado medio, (ni siquiera es completo, tengo que cursar las restantes si quiero tener la titulación completa, más el segundo año para tener el grado superior, cosa imposible puesto que la prestación, tanto no dura y ya sabemos todos cómo está el patio con el tema del curro y además, compatibilizarlo).
Bien. La cosa no empezó mal. Flojo a mi entender. Todos los que estamos allí, damos para bastante más. Pero bueno, si me dan el título y la oportunidad de hacer algunas prácticas, también me dan la oportunidad de engañar a algún empresario con las prácticas para que me contrate. A ver, engañar no, que voy con intención de trabajar, no de tocármela a dos manos.
Pero cada día estoy más decepcionada… el machaque de emprender.
No paran. Es un bombardeo constante. Todas y cada una de las clases que recibo, están orientadas para que nos montemos ALGO. Lo que sea. Que saquemos la inventiva de donde sea. Tengo al menos cuatro asignaturas sobre nueve, en las cuales, el objetivo es montar una empresa. Así, de la nada. Tengo un proyecto a medias con otros tres compañeros, que es montar un office center. Eso, en román paladín, es una actividad en la cual, un arrendatario, alquila locales a profesionales para que desarrollen su actividad. ¿Qué cojones sé yo de eso? Mi carrera profesional ha sido en la atención al cliente… atender correctamente a clientes, para que se vayan satisfechos con el producto/servicio contratado. ¿Es que me están diciendo que todas las horas y todos mis esfuerzos no han servido para nada? ¿Todo lo aprendido y todo lo logrado no ha sido más que un favor que me han hecho? ¿El representar a una empresa, ser la cara que el que paga ve, ser la primera que se come el marrón, no tiene valor ninguno?
Somos un grupo triste en mi clase… gente con mucho potencial, sin un puto duro por estar en el paro, habiendo trabajado siempre por cuenta ajena, ahora de repente recibimos el mensaje (por todas partes), de que todo debemos olvidarlo y convertirnos en empresarios de éxito, porque el fracaso ni se contempla…
He sido testigo en el pasado, del hundimiento de una microempresa que hipotecó a mi familia durante muchos años, que puso en peligro hasta la vivienda familiar, que me obligó a dejar mis estudios universitarios tanto por falta de dinero como por unas condiciones ambientales fatales, que han traído la consecuencia de que yo ahora mismo, a mis años, me encuentre en esta situación. Si, pudo haberse evitado, claro que se pudo evitar. Pese a mi juventud, pude ver perfectamente dónde estaban los fallos. Y el colofón, cómo no, lo trajo un imprevisto. Ale, a la ruina de cabeza. Y aún pudo haber sido mucho peor.
Tras esta experiencia ¿a quién le quedan ganas de emprender? A mí, ningunas.
De hecho, hace unos días, una amiga puso en palabras el sueño de mi vida: montar un negocio que siempre habría querido tener. Y el fantasma volvió con fuerza. Un miedo paralizante.
He estado informándome, buscando ayudas, enterándome de trámites a realizar, estudiando las formas de comenzar con un mínimo de seguridad. No hay garantías. Ni financiación. No hay más que impuestos, tasas, gastos y ninguna garantía. Encima es un sector en el cual se necesitan muchos contactos y experiencia previa. Y yo, apenas salgo de mi casa, puesto que mi vida familiar es, por decirlo de forma precisa y resumida, altamente exigente. Somos una red escasa en la cual debemos dirigir nuestros esfuerzos y nuestro tiempo a cuidar a nuestros seres más débiles que aún no se valen por sí mismos.
¿Hay mayor crueldad que eso?
Sinceramente, tengo ganas de soltar todo esto. De soltarlo en público. De desmitificar el hecho de que no somos lo que el gobierno quiere que seamos. De que las cosas no pueden cambiar tan rápido, de que no hay mercado para todos. De que no por no poder ser emprendedores, somos inútiles. Estoy harta de que me insulten y de que subrepticiamente me llamen vaga por no arriesgar lo que no tengo y lo que podría tener en un futuro (hacienda y seguridad social cobran ahora o a futuro, pero cobran. Vaya si lo sé…).
Yo quiero un puesto de trabajo en el cual me remuneren dignamente. No quiero regalos. Cambio sueldo por fuerza de trabajo. No por quimeras.